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jueves, 23 de junio de 2016

Silencio.

Gime una nota, tañe la campana, repiquetea la lluvia;
una palabra, un aullido, un siseo.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde el último silencio?
No me refiero al silencio de una sala de espera, ni al silencio que a veces nace tras una discusión tensa,
tampoco al silencio anecdótico en un entierro, no. 
Me refiero al silencio incondicional, a un silencio inestimable, todopoderoso.
Nadie jamás, ni siquiera Bach supo explicarlo, nadie lo escuchó y regresó para describirlo.
Allá donde voy, escucho mi pulso.
Oigo la sangre hervir, el estómago refunfuñar, palabras en mi cabeza.
Llegué al mundo desgañitando y me marcharé del mismo modo,
pero los ilusorios silencios intermedios son los que más me ensordecen.
Hasta en el folio en blanco escucho una voz que susurra.
Canet.

lunes, 20 de junio de 2016

Refugiados sin refugio.

Son manos lánguidas golpeando la mesa de operaciones, 
o simplemente marionetas. 
Sepulcro común de 9 a 18 para quijotes. Confín desteñido. 
Nave espacial despegando del infierno. 
Minotauro escapando de un laberinto de muros almohadillados. 
Pitágoras descifrando una calculadora.
Viajeros amnésicos en senderos imborrables.
Café con soja en vaso de papel. Poesías.
Río y Silvia, Silvia y Río.
Refugiados sin refugio. Sergéi Rachmaninov.

Canet.

miércoles, 15 de junio de 2016

Renaciendo.

Cada mañana abro los ojos y lloro, con lágrimas o sin ellas.
La claridad me ciega, y me levanto de la cama abandonando mi decúbito prono.
Cada jornada repto hasta que aprendo a andar, voy a la cocina y al baño,
a bañar mis ojos, mi boca, mi cuerpo y mi esencia, a triturar la comida y las dificultades.
Cada día debo aprender a hablar y a reír.
Resurjo completamente inocente, así que cada día necesito aprender a relacionarme con la gente como alguien que olvidó su ingenuidad,
tengo que abandonar mi fantasía y mi ilusión por cada nuevo hallazgo,
procuro camuflar mis sueños inalcanzables, mis rabietas y mi patente locura.
Quizá por ello padezco.
No quiero que me comprendan, pero me sentiría mejor si percibiera a más renacidos como yo, o por lo menos, si supiera de dónde vengo...
Me resulta muy contradictorio el hecho de nacer cada mañana y ser consciente del nacimiento.
Seguramente querría ignorar que mañana volveré a venir al mundo nuevamente, porque renacer cada jornada,
supone fallecer cada noche, y así me encuentro,
redactándote éste epitafio mientras vivo y muero una vez más, sabiendo que cada mañana volveré a renacer a tu lado.
Canet.

martes, 14 de junio de 2016

Autorretrato


Soy idiota. Eso es lo fundamental. Tengo buenos sentimientos, pero eso no es lo que ven de mí. De entrada solo ven a un tipo extraño. Encuentran enigmática mi extrañeza.
Eso no es tan malo. Pero cuando abandono el disimulo todo se dificulta. Soy un absurdo. Tal vez por eso no me fío. No sé apreciar lo que tengo.
Entonces, tan incoherente como soy, hay momentos en los que siento que soy el único responsable de todo lo que me está sucediendo.
No sé darme a conocer del todo, de hecho me importa un bledo. Detesto que sepan cómo soy de verdad porque me subestimo e imagino que a nadie le puede agradar mi insólito modo de ver el mundo.
Cavilo demasiado, qué gilipollas integral que soy, a veces llegué a pensar que era inteligente. Tuviste que aparecer en mi vida para hacerme ver que la persona inteligente es aquella que nada necesita. 

De todos modos, ahora que he descubierto que soy burdamente inculto, me gusto más. Hasta por esto debo darte las gracias. Eso lo hago a la perfección. Siempre te he agradecido lo mucho que me has dado, aunque en ocasiones de una manera difuminada, y otras desmesuradamente, lo cual ha propiciado a que me vean como un simple loco, pero eso no me preocupa.
Soy novelero, soñador y fantasioso. He pretendido hacer volar a algún lector y solo le he generado suspiros.
Pero también he logrado aletear. Y hacer aletear. Nunca creí que podría hacer feliz a una mujer como tú.
Soy quebradizo y me agarro a la bondad que me dan. A veces no sé estar solo. Aun así, hay ocasiones en las que parece que me gusta desaparecer buceando por mi mente.
Soy una especie de adicto a una soledad que detesto con toda mi alma. Me agrada el dolor, porque me imbuye pasión, y eso me hace estar más vivo.
Me creo poeta. Pienso que con un puñado de palabras puedo lograr lo que quiera, pero suelo engañarme con mis acciones.
Hago que esperen de mí más de lo que puedo dar. Y eso me hace sentirme pequeño, pero así es. Siempre he sido muy orgulloso, y me alegra ver que he logrado subsanarlo.
Te doy las gracias de nuevo. Me creo un rebelde, pero me paso el día haciendo cosas intrascendentes y ordinarias. Quiero contribuir a que el mundo cambie pero continúo pintando mujeres y casas.
No me siento español, pero me gusta españa. No pienso mucho en lo que haré en el futuro. No pierdo el tiempo pensando en ello. Mi mañana es estar a tu lado.
No obstante, a veces empiezo a pensar que acabaré en una espiral de terrible rutina. 
Por favor Silvia, no consientas que eso suceda, llévame a la Candelaria de vez en cuando.
Reconozco que puedo ser algo diferente. Muy distinto. Sé que a mis años, pocos -o nadie- hacen lo que yo. Veo cómo el resto consumen sus días en aislarse de todas las preocupaciones.
Me encantaría ser como ellos y sin embargo me zambullo en nuestros problemas, porque necesito saber que estoy capacitado para solucionarlos. Y puede parecer que no quiera la ayuda de nadie.
Soy todo generosidad y bastante benévolo, aunque eso no debería decirlo yo. Y por querer demostrarlo, termino errando.
Me conforta saber que soy una persona singular. Mezquino quizás, pero particular a fin de cuentas. Saber eso me ayuda y entorpece la vida a partes iguales.
He dejado de estremecerme, pero me estoy redescubriendo poco a poco.
Ahora más que nunca me necesito. Necesito volver a creer en mí para encontrarme.
Sé que consumo el tiempo escribiendo cosas de mi infancia, echando de menos la soledad del parque, pero continúo frunciendo el ceño y viendo al mundo del mismo modo. Sigo siendo un niño.
Sospecho que puede dolerte que me leas pero como te dije un día, no conozco otro idioma.
Sé que muy pocos pueden sentir lo que yo siento. Ahora me estremezco leyéndome, e incluso lloro al hacerlo, soy un maldito apasionado y jodidamente sentimental.
Y cuando deje de ocurrir, lo echare de menos, así lo creo.
Y algún día todo dejará de ser distinto.
Pero llegará el día, ocurrirá cuando no lo espere.

Todo, absolutamente todo está en mis manos. Ahora puedo empezar a fiarme de mí.

Canet.

Refugiados.

Dio cuatro brincos y se aproximó a un pequeño y mohoso mendrugo de pan. Desorientado, vaciló unos segundos hasta que se lanzó a picotearlo. 
Sus prójimos y conocidos celebraron el coraje de la hazaña y para festejarlo
empezaron a piar conjuntamente ensalzando al intrépido explorador.
Sin embargo, el ladrillo que les rodeaba deformó la musicalidad hasta el desentone. 
De pronto, todo quedó en silencio y una lágrima esmaltó el asfalto.
Qué cruel es la vida del refugiado.
Canet.

miércoles, 8 de junio de 2016

Sinfonía.

El despuntar del día trenza sonidos con indiferencia.
Deja que los gorriones desadormezcan a la ciudad con su discordante canto y devastador piar.
Una festividad de luz que escolta la confusa creación de las imágenes,
el profundo desorden de lo palpable al que llamamos panorama para paliar sus efectos.
La orquesta desentonada de coches se incorpora, con ruidos hoscos e intimidantes. 
Le acompaña el abatido bostezo de los madrugadores,
el silbido electrónico de lo tecnológico, el sigiloso pedalear de los ciclistas.
Un orfeón de alumnos apasionados.
Y repentinamente,
cuando la batuta de vocablos choca contra el atril,
el poeta logra armonizarlo todo y convertirlo en sinfonía.
Canet.

martes, 7 de junio de 2016

La libreta con cerradura.

Los profesores determinaron que podía realizar dos cursos en uno, así que hice 1º y 2º en tan sólo un año.
Mi abuela, para festejarlo, me regaló una libreta con cerradura.
Di las gracias porque no llevara un dibujito infantil,
di las gracias por que tenía una sola llave.
De inmediato traduje "Confidentiel" por "Conferencias”. 
Aquella segunda semana de septiembre subí a la azotea de Sergio el “gordo” buscando un aislamiento, eso creo.
La azotea no tenía paredes, tan solo una endeble barandilla.
A los poetas nos agrada el peligro, pensé.
No llegué a escribir ni una sola palabra. Caerse de la bici o pintarle las muñecas a mi hermana no daba para una sola línea.
¿Qué sentido tenía inventar en una libreta con cerradura?
Al cabo de unos días, mientras merendaba, mi abuela me contó una pesadilla y me preguntó si yo soñaba.
Vi todo el firmamento rendido a mis pies.
Al día siguiente en la azotea de Sergio escribí mi primer poema.
Desde entonces no he dejado de soñar.
Canet.

lunes, 6 de junio de 2016

Una mañana.

Espabila la mañana,
el crujido del sol que se ha levantado azotando la ventana con luz y polen.
Le replica la blasfemia que provoca el aullido del perro herido
que escapa en dirección a Plaza Castilla, dobla la esquina, se esconde y silencia.
Paseo de la Castellana. 
Progresa un coche conducido
por un lunático que ha heredado la malicia
que le falta al vagabundo que sentado espera.
El pavimento gime bajo los zapatos de unos cuantos groggys,
los teléfonos continúan iluminados.
De la hediondez nacen imprecaciones.
Un gorrión se detiene en los jardines
y fugaz inicia el ascenso con un gusano balanceándose en el pico.
Canet.

jueves, 2 de junio de 2016

La comunión.

Aquella vez fue la segunda y última vez que me confesé, un día antes de hacer la comunión, perdí la fe.
La primera confesión el cura la llamó prueba y, como pude comprobar más tarde, no se diferenciaba en nada de la segunda y oficial confesión.
El día de la prueba le pregunté a Sergio qué iba a confesar. Que había incumplido una promesa, desobedecido al profesor y que le había escupido a su hermano en la cara. 
En una acción de cristiano altruismo hice mías sus infracciones.
-¿Solo eso Canet?, me interpeló el abate. He visto películas de terror y leído libros que dicen mentiras.
-Vale, dijo él -para mi asombro-. Tres salves reginas y dos padrenuestros.
Permanecí de rodillas un largo rato cavilando en mis asuntos, simulando rezar, ya que aquello era tan sólo una prueba, un paripé.
El día de la comunión repetí en la confesión mis pecados - los de Sergio- quizá en una exposición de sadismo precoz y arrogancia.
A ver qué me ocurre, me dije. Y lo que pasó es que no pasó nada.
No se rasgó la tierra a mis pies, ni un dedo gigante me señaló desde el cielo, ni Mefistófeles en persona se presentó para azotarme y arrastrarme hasta sus aposentos subterráneos.
Estoy seguro que Dios dejó de existir, si es que existió alguna vez, pensé.
Aquel funesto domingo hice la comunión. No me entusiasmé, no quería beber vino ni tragarme una oblea.
Mi padre se puso corbata y mi madre estrenó vestido, y celebramos una frugal comida a la que sólo acudieron la familia más cercana y dos amigos borrachos de mi padre.
Me regalaron un bolígrafo de segunda mano y un reloj que más tarde me robaría mi compañero de clase.
Desde aquel día he perpetrado los actos más inmorales.
Jamás me han castigado, todo lo contrario: tengo la sensación de que alguien me está recompensando día a día.

Canet.