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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Escapando

Recuerdo que mi primer juguete fue un perro de peluche, el perro Juan.
Nuestro primer juego fue escondernos en el armario de mi madre y también esperar el momento adecuado para escaparnos a la calle.
Juan y yo preparábamos el equipaje y acomodábamos dos almohadas de la cama grande como si fuesen los asientos de un vagón .
Y nos sentábamos, cada uno mirando por la ventana. 
Juan no llevaba maleta, ni mochila siquiera, sólo su lanudo jersey rojo.
Yo llevaba un baúl de madera muy pesado. Quizá el mismo que mi madre utilizó en su viaje hacia Madrid.
En su interior había una chaqueta vieja, las ceras para colorear, un par de cuentos, una navaja y mi inseparable linterna.
Fugarme de casa fue uno de mis juegos preferidos.
Se trataba de una llamada para viajar.
Con la gran mudanza a los once años, y la tendencia de mi madre por deshacerse de todo,
perdí de vista a Juan, el pesado baúl y aquel armario. 
Pero mantengo intactas las ganas de seguir ocultándome…
de continuar escapando.
Canet

lunes, 5 de diciembre de 2016

Poesía incompleta IV



Con los primeros vientos de diciembre, emergió pintado en el cristal el contorno de tu primer deseo. El cielo estaba más agitado que de costumbre, mucho más turbulento que otras veces, y en él se quebraban las ideas con rabia, con ira agria e impetuosa. En el patio había un arpa, y, junto al instrumento, una mujer que no entendía su mecanismo, y, junto a ella, un joven triste y débil que no quería crecer, y, junto a él, un pájaro muerto que no sabía volar. Encontré un felpudo en el aire, roñoso y marrón, pero no tuve valor para pisarlo. Siempre me aterraron las alturas. Con los primeros rayos del sol de diciembre, brotó dibujada en mi pecho la señal de tu primera sonrisa. 


La ciudad había llorado toda la noche y tenía los ojos abotargados de tanto hacerlo. El semáforo de Bravo Murillo esquina con Pedro Villar había extraviado el caminante de luz verdosa. Encontré una poesía mal estructurada sobre el asfalto, entre el Mercadona y el estanco, pero no tuve coraje para leerla. Siempre me falto valor para los malos poemas. En el autobús había un piano inmaculado, y, junto a él, un muerto que no se acordaba de la partitura, y, junto a él, un niño que olvido cómo esconder su mirada y, junto a él, una muñeca de plástico que se perdió en la senda de regreso. Con los primeros minutos de diciembre, se presento trazada entre la niebla el contorno de tus labios. La sombra del alba se quedo dormida en el sofá y los libros me llamaban sin queja alguna. 
Tú dormías. La calle seguía llorando. Me gustaría mucho montar una orquesta y armonizar a este mundo. tan desfigurado.


Canet.

Poesía incompleta III


Desde la cúspide renegrida en la que habito ahora
traiciono los silencios de las tinieblas
y me acuso cuando, inútilmente,
me empeño en visitar tu tristeza.

¡Qué insensato es escudriñar en lo olvidado!
¡Qué absurdo declarar lo impronunciable!
¡Qué inútil serie de inquietudes
y qué lento abandono de uno mismo!

¡Qué amarga esta tristeza de martes,
y este deleitoso sabor de desastre,
y esta agotada voz con la que te nombro,
y el extenuado avance de las horas,
y los árboles desnudos en la calle
reconociendo apáticos su sentencia!

Ya nada merece la pena,
a excepción de lo considerable...
Y me dejo arrastrar
hacia lo inaguantable
soportando esa armonía
que me acerca a ti. 

Canet

Podéis...




Podéis quitármelo todo,

quitarme aquello que me pertenece:
mis ojos, mis piel, mi memoria
- o aquel Mayo, donde me enamoré...

Podéis despojarme de aquello
que no es mío :
los deseos, la felicidad, 
la confianza de ser.

Podéis rechazarme, enmudecerme, oprimirme...
podéis simular que jamás me nombrasteis,
que pude no haber nacido,
y que no permanecen mis huellas
donde mis pies anduvieron sólidamente.

Podéis rectificar mi rastro
mientras sepulto mis manos 
en la tierra del tiempo.
Pero de ningún modo, ¿me escucháis?,
jamás seréis capaces arrebatarme la palabra,
el ansia de arder, de ser barro,
de buscar la certeza y la hermosura.

No me robareis
el doliente sentir,
el derecho a volar
y no cuidar la indumentaria.

No podréis silenciar mi durmiente aullido
porque todo éso es de mi propiedad,
anida en mi silencio,
y lo trenzan quienes me aman
con briznas invisibles y completas. 

Canet

Poesía incompleta II

Hay veces que sueño con una tempestad,
una ventisca gélida, una puñalada,
y comprendo lo que padecen aquellos Nadies
que empiezan el día en la incertidumbre
sin un sitio donde caerse muertos.
Y me da por culpar al mercado,
al comerciante,
a los mandatarios,
a los financieros y banqueros,
y a aquellos que se opusieron a dar,
-siempre desalmados-
el pan y el agua,
solo por el bienestar de occidente,
por la comodidad del euro,
por la felicidad del dólar,
por el placer del consumismo,
por la dicha de la bolsa,
por el Iva y sus hermanos Ibex y Pib
bueno, ya sabéis de que hablo,
de nuestra jodida y potente economía.
Hay veces que sueño,
puestos a soñar una quimera,
que comenzamos a valorar
las cosas significativas:
la decencia humana, el bien generalizado,
el aire que nos recubre,
los ríos en su inmensidad,
los bosques, por siempre benefactores,
las risas auténticas de los niños,
el amor, la felicidad, los amaneceres,
las sonrisas ajenas,
el cigarro a medias,
la palabra requerida,
la igualdad, el protección,
la profunda certeza profunda, las ilusiones.
Aquellos diminutos detalles
acaso inapreciables,
tan mayúsculos, imprescindibles
tan propios, tan de aquellos, tan de todo el mundo...
tan brutalmente humanos.

Canet

Poesía incompleta I


Del salón en la punta apagada
de su propietario quizá olvidado
silente y tapizado de polvo
veíase mi Código Da Vinci.
Fue uno de los peores regalos
de mis veintitantos otoños
y ahora míralo, yace muerto
postrado como un cuervo
en una estantería del salón.
Lo peor de los malos regalos
es que no dejan sitio a los que están por llegar.
Por eso muchas veces 
creo que debería abandonar 
los best seller´s
de una vez por todas
porque van reproduciéndose sin cesar
como cucarachas endemoniadas.
Asesinar a estos libros
que hace un tiempo
me llegaban del círculo de lectores,
a veces veo como ponen huevos 
en la cicatriz de mi frente.
Tales libros no ayudaron
a Thomas Mann ni a Miguel Hernández
y evidentemente tampoco a Charles Bokowski
ni al excéntrico de Baudelaire
que se topaba con símbolos
caminando por su inmunda habitación.
Estos libros,
son las sepulturas de los hastiados
que no desean conocer, vivir, soñar
ni hacer el amor como dios manda.
Debo exterminarlos todos,
antes de que sea peor
o venderlos al mejor postor
y regalarle un gato a Silvia.

Canet

jueves, 24 de noviembre de 2016

Sin título 90

Una poesía es un maletín de óleos.
La mano que la plasma, un pincel;
y los ojos del poeta, una vasija de diluyente.
Las palabras son colores,
cada una de ellas de una tonalidad distinta. 
Y cuando los ojos se posan sobre ellas
y una boca las pronuncia susurrando,
pintan el presente de quien las interpreta.
Las poesías jaspean el gris de las mañanas.
Las colman de ardor.
De verdes recién brotados,
de azafranados cuyos chispazos arroja la tarde desde las ventanas,
de añiles que reposan sobre los hombros.
Color que salpica los días dándole sentido a todo.

Canet

lunes, 21 de noviembre de 2016

Apuntes desde la cuadragésimo séptima planta 12




1.
En la necesaria retirada busco asilo
en los días cerrados con la palabra.

Tan solo la palabra puede manifestarlo todo
-¿A quién le podrías entregar el aire que te
asfixia,
si no a la palabra que buscas?
En el firmamento ruidoso del lenguaje
tu voz interior brota.
Acaricias en la palabra no un mundo indomesticable,
sino la falta de algo urgente, oculto.
La palabra lanza sentencias contra la misma palabra.
No hay senda autorizada para la palabra
a excepción de la prohibida.
Nada ni nadie puede destruirla.
Tan sólo las palabras
exterminan a la palabra.
La voz rebrota con el verbo.
La muerte corrige a la muerte con la existencia
La palabra simboliza aquello que no existe.
Y lo inexistente se transforma en posible.
Cada vez se hace más incuestionable
que la palabra es un maravilloso misterio.
2.
Vengo sorteando calles
abarrotadas de humanos de piel blanca,
soy el hombre de indumentaria oscura.
Alguien que pide sentado en la calle
me aborda
como si viera en mi nombramiento
un extraño dios.
Tenemos gusa
y luchamos como ratas usuales
que se mueren por las migajas
de una barra de pan.
Sale victorioso el vagabundo,
con su mirada de vidrio,
es mucho mas astuto que yo
para abrir el pan y condimentarlo.
Por eso mismo me desvinculo de los objetos
y me alejo de la gente,
con mi atavío negro me hago una manta,
mi cena será un cielo sin estrellas
y un poco de vino.
3.
Ignoro lo que es sentirse nacionalista o patriota:
tal vez sea una añoranza a la infancia
en días en los que te sientes anciano,
una tristeza que trepa por la garganta como el ácido
sabor del güisqui
en las mañanas cosidas a la noche.
La nación es un estado,
un estado de ánimo.
Un viejo patio de recreos dolientes.
La nación es mi casa con sus habitantes:
lugar en el me dan tortilla para cenar.
Una nación es el idioma en el que sueñas.
Y la calle del barrio donde una tarde
bajo un cielo morado
te atreviste a explorar
un mundo distinto por vez primera.
Mi país se encuentra en el cuerpo de Silvia,
su voz es mi himno
y su piel mi bandera.
Cada mañana mi país cruza fronteras
de camino a la oficina
y me convierto en apátrida.
Canet













miércoles, 16 de noviembre de 2016

Nubes

La mañana acerca nubes a la torre con cuentos por narrar. 
Hay gente que espera su aparición mientras observa la bóveda celestial, cada jornada, 
para revelar en su blancor o negrura la secuencia que lleva a un momento que nunca ocurrió. 
Las nubes son unas cotorras y embaucadoras. 
Las tenebrosas, disfrazadas, vulgares se acuerdan de aquellos que al pasar al lado de un charco se arrepintieron de no haber brincado sobre su espejo.
Las níveas, ufanas, dichosas escoltan la aventura de aquellos que con las manos en los bolsillos caminan absortos por el paseo de la castellana.
El cielo otoñal de Madriz hace de los soñadores leyentes de nubes.
Las capturamos, las observamos… las escuchamos.

Canet.

Concierto

El piano falso del despertador antes de que salga el sol, 
el rociar del agua en la bañera contra el alicatado, 
la voz aromática del café con tostadas que sale de la cocina, 
el alboroto de la ropa en el momento de vestirse, 
mis amores despidiéndose tras el portazo, 
los peldaños que son segunderos al bajar,
los coches murmurando tras de mí,
el estruendo del tráfico,
los trenes silbando a lo lejos,
el grito al frenar el autobús,
el escándalo cruzado entre escolares,
la agitación de la bicicleta.
Insólito concierto el de cada mañana.

Canet.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Para la poesía

No existen incógnitas para la poesía 
tal vez decir 
firmamento 
con pájaros bajo los párpados 
ya sea un principio de melancolía. 

Escribir
un murmullo de lluvia
que se haga lágrima
que se haga nido

una bicicleta a solas
en una
ciudad turbia

para la poesía

perros
ventanas
rutinas
ramajes
parásitos
y entrañas

lo sigiloso
y lo no escrito
el titubeo
y la rebeldía

para la poesía
esa acertada pasión por lo que ocurre afuera.

Canet.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Sin título 89




Escribimos y lo soltamos todo 
exponiéndolo a la vista de todos.
E ignoramos qué harán con ello, 
quién demonios lo observa, 
quién lo analiza, qué se considera sobre ello. 
Lo mostramos y ya está, no hay más.
Como los pintores de verdad
que terminan un cuadro
y lo dejan por ahí,
abandonado,
sin importarle cuál será su destino ni su prestigio.

Lo mostramos y ya está, no hay más.

Canet.

Cartas a Ulises L.

Cartas a Ulises L. 

Jamás he sabido qué es lo que escribo. 
Me intimida hasta sonrojarme llamar axioma a Lluvia húmeda. 
También me humilla decirle poesías a mis poesías. 
Jamás he sabido qué es lo que escribo.
De algo que pensé que era cuento-breve,
afirmaron que era poesía-extensa.
Y así gira la vida,
nunca del mismo modo para todos.

...


Se debe ser muy bizarro para acomodarse en este planeta de nadie y de todos,
que no entiende de fronteras, ni sabe de etnias, linajes, dogmas o banderas,
pero quien lo consigue, acaba siendo patriota en cualquier parte.
Y en ello estoy.
Más lejos del género humano que nunca. Más autónomo que nunca.
Y con la tranquilidad al saber que no formo parte de ninguna caterva.

Canet.

martes, 20 de septiembre de 2016

Agosto

Voy a decirle poesía al aura que revolotea entre las nuevas hojas. 
Al gorrión que aletea de rama en rama y desaparece tras el edificio. 
Al piano de Dustin O'Halloran que acabo de reproducir y me propone que escriba. 
Al inesperado silencio de oficina escondido en los días de agosto. 
Al libro de soledades que he olvidado en casa cuando ha sonado el despertador. 
A las carreteras despojadas y al confín nebuloso que enmarca la ventana de ésta torre. 
Nombro poesía al presente y sigo escribiendo.
Canet - Agosto 16

viernes, 16 de septiembre de 2016

Cuando sea mayor.

Cuando sea mayor tendré bigote y una melena generosa,
construiré algo colosal,
escribiré libros
y seré una maravillosa persona.
Me contemplo frente al espejo.
Tan solo una barba,
tan solo un montón de poemas,
tan solo este hombre común.
Canet

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Respetando las distancias


Una señora pasea, se detiene, parece que observa.
Sé bien que no puede verme, porque no me mira.
Me pregunto si hay algún incendio en alguna de las muchas ventanas.
Me pregunto si hay algún sensato en el tejado con los brazos en cruz a punto de saltar.
Dos gorriones saltan, se paran, parece que se entienden. 
En seguida se desplazan con agilidad cerca de una mancha negra que hay en el pavimento.
Todos ahí, respetando las distancias.
Una señora, dos gorriones y esa torre negra, 
rajando el cielo por la mitad.
Canet.

martes, 6 de septiembre de 2016

Mis dos manos.

Lo que tú eres y cómo eres, 
lo conocen mis manos sobradamente. 
Ambas diestras y versadas en ti. 
Comprenden la prudencia de tu cabello, 
la tersura de tus muslos, 
la correspondencia descifrable de tus manos. 
Mis manos, viajeras infatigables
de los senderos de tu cuerpo, 
cónyuges de las palabras que te digo y escribo, 
explorador de ramajes salvajes 
para enredarlas en tus ojales. 
Mis dos manos. 
Las observo cuando quiero mirarte.
Son mi espejo.
Y son el oráculo de mis anhelos.
Son los ojos que leen las páginas de tu piel 

y son el lapicero que escribe en ella mis poesías.

Canet
a S.R.L

viernes, 2 de septiembre de 2016

Este miércoles.

Este miércoles sabe a homicidio.
La mañana se ha extraviado en un atajo.
El canto de la brisa suena a perro malherido
y daña como garras en la costra,
me acuchilla en la carne algún lamento
¡si por lo menos enmudeciera la brisa!

Este miércoles huele a nigromancia.
En mi trastero mental reside un diablo
con síndrome rastrero de cortesía
que se nutre de plegarias y cianuro.

De puntillas recorro por la vida
mascando pedazos de cielo,
mientras tanto este apetito que me pide crear
se alimenta de amor.

Canet.

martes, 16 de agosto de 2016

Restos del naufragio (notas 2016)

Después de una combativa contienda con diferentes pendencieros donde me defiendo arrojándoles diferentes oleos y tinta del bolígrafo, me escondo en una caja del tamaño de un ataúd. Tiene una sola puerta que golpean sin cesar. Haciendo un enorme sacrificio agarro con fuerza la puerta para que continúe sellada. Pensando en quién se rendirá antes, ellos o mis manos.
….
Vuelvo de comprar quínoa y cebollas del mercadona. Al pasar por el centro de salud noto que me dan un estirón del bolso. Al girarme para impedir el robo, veo que es un cura muy menudo. Me cuenta que ahora duerme en la segunda planta del centro porque se ha dado cuenta que por la noche todas las camas están libres. Le pregunto que qué desea, la quínoa o dinero. Le doy tres euros con cincuenta y un buen puñado de pistachos. El cura se larga alegremente. Un poco antes de que desaparezca, le grito: ¡Por los clavos de cristo, tenga! Cuando se gira, le doy un kleenex y un mondadientes.

Canet

lunes, 11 de julio de 2016

Acrobacias.

Siempre me gustó el circo y siempre quise trabajar en él. Me hubiese gustado ser acróbata.
Me conformaba con caminar sobre la barandilla o balancearme.
Sillas de hierro y toscas de colores descascarillados en el parque habitual.
Siempre haciendo cola para subir, haciendo tiempo revolviendo la tierra con la puntera de mis zapatillas rotas.
También me tiraba desde lo alto de la calle ancha con la bicicleta, sin frenos, gritando con los brazos en alto como si me fuera a escuchar alguien.
Casi nunca pasaban coches, muy poca gente, y quizá algún niño jugando, y el loco del barrio cuando regresaba del trabajo mirándome con ojos cansados.
Acrobacias eran las mañanas de sábado, de puntillas por la casa fría, atisbando a través de las líneas de la persiana, acariciando aquellos primeros rayos con la yema de los dedos.
La mañana soleada asegurándome que podía salir a la calle con la bici y los zapatones de minero que tanto disgustaban a mi padre porque decía que con ellos era difícil patear la pelota.
Acrobacias eran las noches de verano en casa de mi abuela, en la habitación que daba al infinito, y en la que soñaba que un hombre intentaría colarse por la ventana para raptarme.
Que me secuestraran no me asustaba, podía ser incluso una buena noticia, lo que me aterraba era el susto, que me descubrieran en calzoncillos, con los dientes sin lavar y la mochila sin preparar.
Acrobacia fue el trapecio de mi niñez en el me enganchaba cabeza abajo, agarrado tan solo por las piernas.
Cuando llovía acostumbraba a chupetear el hierro rociado, aquel herrumbre en mi estómago, siempre en secreto, sin red, desafiando al peligro, enfrentado a la soledad.
Canet.

jueves, 23 de junio de 2016

Silencio.

Gime una nota, tañe la campana, repiquetea la lluvia;
una palabra, un aullido, un siseo.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde el último silencio?
No me refiero al silencio de una sala de espera, ni al silencio que a veces nace tras una discusión tensa,
tampoco al silencio anecdótico en un entierro, no. 
Me refiero al silencio incondicional, a un silencio inestimable, todopoderoso.
Nadie jamás, ni siquiera Bach supo explicarlo, nadie lo escuchó y regresó para describirlo.
Allá donde voy, escucho mi pulso.
Oigo la sangre hervir, el estómago refunfuñar, palabras en mi cabeza.
Llegué al mundo desgañitando y me marcharé del mismo modo,
pero los ilusorios silencios intermedios son los que más me ensordecen.
Hasta en el folio en blanco escucho una voz que susurra.
Canet.

lunes, 20 de junio de 2016

Refugiados sin refugio.

Son manos lánguidas golpeando la mesa de operaciones, 
o simplemente marionetas. 
Sepulcro común de 9 a 18 para quijotes. Confín desteñido. 
Nave espacial despegando del infierno. 
Minotauro escapando de un laberinto de muros almohadillados. 
Pitágoras descifrando una calculadora.
Viajeros amnésicos en senderos imborrables.
Café con soja en vaso de papel. Poesías.
Río y Silvia, Silvia y Río.
Refugiados sin refugio. Sergéi Rachmaninov.

Canet.

miércoles, 15 de junio de 2016

Renaciendo.

Cada mañana abro los ojos y lloro, con lágrimas o sin ellas.
La claridad me ciega, y me levanto de la cama abandonando mi decúbito prono.
Cada jornada repto hasta que aprendo a andar, voy a la cocina y al baño,
a bañar mis ojos, mi boca, mi cuerpo y mi esencia, a triturar la comida y las dificultades.
Cada día debo aprender a hablar y a reír.
Resurjo completamente inocente, así que cada día necesito aprender a relacionarme con la gente como alguien que olvidó su ingenuidad,
tengo que abandonar mi fantasía y mi ilusión por cada nuevo hallazgo,
procuro camuflar mis sueños inalcanzables, mis rabietas y mi patente locura.
Quizá por ello padezco.
No quiero que me comprendan, pero me sentiría mejor si percibiera a más renacidos como yo, o por lo menos, si supiera de dónde vengo...
Me resulta muy contradictorio el hecho de nacer cada mañana y ser consciente del nacimiento.
Seguramente querría ignorar que mañana volveré a venir al mundo nuevamente, porque renacer cada jornada,
supone fallecer cada noche, y así me encuentro,
redactándote éste epitafio mientras vivo y muero una vez más, sabiendo que cada mañana volveré a renacer a tu lado.
Canet.

martes, 14 de junio de 2016

Autorretrato


Soy idiota. Eso es lo fundamental. Tengo buenos sentimientos, pero eso no es lo que ven de mí. De entrada solo ven a un tipo extraño. Encuentran enigmática mi extrañeza.
Eso no es tan malo. Pero cuando abandono el disimulo todo se dificulta. Soy un absurdo. Tal vez por eso no me fío. No sé apreciar lo que tengo.
Entonces, tan incoherente como soy, hay momentos en los que siento que soy el único responsable de todo lo que me está sucediendo.
No sé darme a conocer del todo, de hecho me importa un bledo. Detesto que sepan cómo soy de verdad porque me subestimo e imagino que a nadie le puede agradar mi insólito modo de ver el mundo.
Cavilo demasiado, qué gilipollas integral que soy, a veces llegué a pensar que era inteligente. Tuviste que aparecer en mi vida para hacerme ver que la persona inteligente es aquella que nada necesita. 

De todos modos, ahora que he descubierto que soy burdamente inculto, me gusto más. Hasta por esto debo darte las gracias. Eso lo hago a la perfección. Siempre te he agradecido lo mucho que me has dado, aunque en ocasiones de una manera difuminada, y otras desmesuradamente, lo cual ha propiciado a que me vean como un simple loco, pero eso no me preocupa.
Soy novelero, soñador y fantasioso. He pretendido hacer volar a algún lector y solo le he generado suspiros.
Pero también he logrado aletear. Y hacer aletear. Nunca creí que podría hacer feliz a una mujer como tú.
Soy quebradizo y me agarro a la bondad que me dan. A veces no sé estar solo. Aun así, hay ocasiones en las que parece que me gusta desaparecer buceando por mi mente.
Soy una especie de adicto a una soledad que detesto con toda mi alma. Me agrada el dolor, porque me imbuye pasión, y eso me hace estar más vivo.
Me creo poeta. Pienso que con un puñado de palabras puedo lograr lo que quiera, pero suelo engañarme con mis acciones.
Hago que esperen de mí más de lo que puedo dar. Y eso me hace sentirme pequeño, pero así es. Siempre he sido muy orgulloso, y me alegra ver que he logrado subsanarlo.
Te doy las gracias de nuevo. Me creo un rebelde, pero me paso el día haciendo cosas intrascendentes y ordinarias. Quiero contribuir a que el mundo cambie pero continúo pintando mujeres y casas.
No me siento español, pero me gusta españa. No pienso mucho en lo que haré en el futuro. No pierdo el tiempo pensando en ello. Mi mañana es estar a tu lado.
No obstante, a veces empiezo a pensar que acabaré en una espiral de terrible rutina. 
Por favor Silvia, no consientas que eso suceda, llévame a la Candelaria de vez en cuando.
Reconozco que puedo ser algo diferente. Muy distinto. Sé que a mis años, pocos -o nadie- hacen lo que yo. Veo cómo el resto consumen sus días en aislarse de todas las preocupaciones.
Me encantaría ser como ellos y sin embargo me zambullo en nuestros problemas, porque necesito saber que estoy capacitado para solucionarlos. Y puede parecer que no quiera la ayuda de nadie.
Soy todo generosidad y bastante benévolo, aunque eso no debería decirlo yo. Y por querer demostrarlo, termino errando.
Me conforta saber que soy una persona singular. Mezquino quizás, pero particular a fin de cuentas. Saber eso me ayuda y entorpece la vida a partes iguales.
He dejado de estremecerme, pero me estoy redescubriendo poco a poco.
Ahora más que nunca me necesito. Necesito volver a creer en mí para encontrarme.
Sé que consumo el tiempo escribiendo cosas de mi infancia, echando de menos la soledad del parque, pero continúo frunciendo el ceño y viendo al mundo del mismo modo. Sigo siendo un niño.
Sospecho que puede dolerte que me leas pero como te dije un día, no conozco otro idioma.
Sé que muy pocos pueden sentir lo que yo siento. Ahora me estremezco leyéndome, e incluso lloro al hacerlo, soy un maldito apasionado y jodidamente sentimental.
Y cuando deje de ocurrir, lo echare de menos, así lo creo.
Y algún día todo dejará de ser distinto.
Pero llegará el día, ocurrirá cuando no lo espere.

Todo, absolutamente todo está en mis manos. Ahora puedo empezar a fiarme de mí.

Canet.

Refugiados.

Dio cuatro brincos y se aproximó a un pequeño y mohoso mendrugo de pan. Desorientado, vaciló unos segundos hasta que se lanzó a picotearlo. 
Sus prójimos y conocidos celebraron el coraje de la hazaña y para festejarlo
empezaron a piar conjuntamente ensalzando al intrépido explorador.
Sin embargo, el ladrillo que les rodeaba deformó la musicalidad hasta el desentone. 
De pronto, todo quedó en silencio y una lágrima esmaltó el asfalto.
Qué cruel es la vida del refugiado.
Canet.

miércoles, 8 de junio de 2016

Sinfonía.

El despuntar del día trenza sonidos con indiferencia.
Deja que los gorriones desadormezcan a la ciudad con su discordante canto y devastador piar.
Una festividad de luz que escolta la confusa creación de las imágenes,
el profundo desorden de lo palpable al que llamamos panorama para paliar sus efectos.
La orquesta desentonada de coches se incorpora, con ruidos hoscos e intimidantes. 
Le acompaña el abatido bostezo de los madrugadores,
el silbido electrónico de lo tecnológico, el sigiloso pedalear de los ciclistas.
Un orfeón de alumnos apasionados.
Y repentinamente,
cuando la batuta de vocablos choca contra el atril,
el poeta logra armonizarlo todo y convertirlo en sinfonía.
Canet.

martes, 7 de junio de 2016

La libreta con cerradura.

Los profesores determinaron que podía realizar dos cursos en uno, así que hice 1º y 2º en tan sólo un año.
Mi abuela, para festejarlo, me regaló una libreta con cerradura.
Di las gracias porque no llevara un dibujito infantil,
di las gracias por que tenía una sola llave.
De inmediato traduje "Confidentiel" por "Conferencias”. 
Aquella segunda semana de septiembre subí a la azotea de Sergio el “gordo” buscando un aislamiento, eso creo.
La azotea no tenía paredes, tan solo una endeble barandilla.
A los poetas nos agrada el peligro, pensé.
No llegué a escribir ni una sola palabra. Caerse de la bici o pintarle las muñecas a mi hermana no daba para una sola línea.
¿Qué sentido tenía inventar en una libreta con cerradura?
Al cabo de unos días, mientras merendaba, mi abuela me contó una pesadilla y me preguntó si yo soñaba.
Vi todo el firmamento rendido a mis pies.
Al día siguiente en la azotea de Sergio escribí mi primer poema.
Desde entonces no he dejado de soñar.
Canet.

lunes, 6 de junio de 2016

Una mañana.

Espabila la mañana,
el crujido del sol que se ha levantado azotando la ventana con luz y polen.
Le replica la blasfemia que provoca el aullido del perro herido
que escapa en dirección a Plaza Castilla, dobla la esquina, se esconde y silencia.
Paseo de la Castellana. 
Progresa un coche conducido
por un lunático que ha heredado la malicia
que le falta al vagabundo que sentado espera.
El pavimento gime bajo los zapatos de unos cuantos groggys,
los teléfonos continúan iluminados.
De la hediondez nacen imprecaciones.
Un gorrión se detiene en los jardines
y fugaz inicia el ascenso con un gusano balanceándose en el pico.
Canet.

jueves, 2 de junio de 2016

La comunión.

Aquella vez fue la segunda y última vez que me confesé, un día antes de hacer la comunión, perdí la fe.
La primera confesión el cura la llamó prueba y, como pude comprobar más tarde, no se diferenciaba en nada de la segunda y oficial confesión.
El día de la prueba le pregunté a Sergio qué iba a confesar. Que había incumplido una promesa, desobedecido al profesor y que le había escupido a su hermano en la cara. 
En una acción de cristiano altruismo hice mías sus infracciones.
-¿Solo eso Canet?, me interpeló el abate. He visto películas de terror y leído libros que dicen mentiras.
-Vale, dijo él -para mi asombro-. Tres salves reginas y dos padrenuestros.
Permanecí de rodillas un largo rato cavilando en mis asuntos, simulando rezar, ya que aquello era tan sólo una prueba, un paripé.
El día de la comunión repetí en la confesión mis pecados - los de Sergio- quizá en una exposición de sadismo precoz y arrogancia.
A ver qué me ocurre, me dije. Y lo que pasó es que no pasó nada.
No se rasgó la tierra a mis pies, ni un dedo gigante me señaló desde el cielo, ni Mefistófeles en persona se presentó para azotarme y arrastrarme hasta sus aposentos subterráneos.
Estoy seguro que Dios dejó de existir, si es que existió alguna vez, pensé.
Aquel funesto domingo hice la comunión. No me entusiasmé, no quería beber vino ni tragarme una oblea.
Mi padre se puso corbata y mi madre estrenó vestido, y celebramos una frugal comida a la que sólo acudieron la familia más cercana y dos amigos borrachos de mi padre.
Me regalaron un bolígrafo de segunda mano y un reloj que más tarde me robaría mi compañero de clase.
Desde aquel día he perpetrado los actos más inmorales.
Jamás me han castigado, todo lo contrario: tengo la sensación de que alguien me está recompensando día a día.

Canet.

martes, 31 de mayo de 2016

Enero, 1986.

No me considero una persona nostálgica aunque a veces no lo parezca. 
Si descuido algo y lo pierdo me resigno y le deseo una vida triunfal y feliz. Tan sólo siento autentico cariño por un par de cosas: mi colección de cine y mis libros.

Enero, 1986. 
Comienza el año y me pongo un poco insoportable 
(tal vez por mi propensión a vivir en otros mundos):
Quiero un libro nuevo. Mi madre sale de la cocina y me pide que me vista. Ella hace lo propio. Tacones de madre, falda de madre, bolso de madre y un poco perfume hechizador antes de salir. Mi madre joven y ligera corriendo escaleras abajo para que no se nos escape el tren. La alegría.

Librería casa del libro, la Gran Vía. Después de una meticulosa búsqueda coloco tres ejemplares sobre el mostrador que queda justamente a la altura de mis dos ojos. Mi madre me dice en su idioma que escoja bien porque no sabe cuándo será la próxima vez que volvamos. Aparto dos y selecciono uno alargado y de generoso grosor, por atrayente y porque tiene las tapas duras .Le costó 135 pesetas, según veo escrito en la primera página.

Supongo que después iríamos a merendar a la menorquina, pero la verdad, no lo recuerdo. 

Mi libro y yo.

Lo colocaba siempre cerca de mí, incluso en el baño estaba a mi lado. Aunque todo termina y un día el hastío me obligó a dibujarle varios brazos entre las páginas 38 a la 73. Un brazo que, si pasabas las páginas muy rápido, te decía adiós.

Canet.